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Esos Directivos tocados por Dios por Eugenio de Andrés

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Eugenio de Andrés

Estaba hace poco en una reunión con un cliente para preparar un taller de negociación para el equipo directivo de una entidad financiera, y la Directora de RRHH, con la normalidad de quien comenta el tiempo, nos comunicó que el Director General iría al curso como un participante más, porque quería estar actualizado y perfeccionar sus habilidades en este campo.

 En un mundo normal esto no sería digno de ser comentado, y mucho menos como reflexión para abrir una tribuna, pero desgraciadamente nuestra sociedad no es normal, y nuestras organizaciones, como buen reflejo de ella, mucho menos.

 Pero lo habitual en las empresas españolas es que los altos directivos no participen en acciones formativas. Incluso muchos Departamentos de RRHH no se atreven a diseñar programas formativos para este selecto colectivo, que les serían imprescindibles, porque tendrían muchos problemas internos.

 Bajo la bandera de “Estoy muy ocupado” se esconde un implacable enemigo de las organizaciones, el ego, que les impide reconocer sus puntos débiles y sus áreas de mejora. En realidad cuando los altos directivos dicen que no tienen tiempo para ir a un programa formativo nos están diciendo: “¡Cómo voy a ir yo a un curso! ¿Qué van a pensar de mí? ¿Estás insinuando que no sé? ¡El capitán sabe lo que se hace!”.

 Y yo me pregunto ¿Cómo aprenden? ¿Por ciencia infusa? ¿Cómo están en lo alto de la pirámide están más cerca de Dios y Él les insufla los conocimientos que necesitan? A lo mejor es que leen muchos libros… aunque si tienen tampoco tiempo…

 Decía el filósofo que nunca podrás bañarte dos veces en el mismo río, porque la segunda vez que lo intentes el río será otro y el agua será diferente.

Todo cambia, nada permanece, y en la época tan exponencial, y por ello apasionante, que nos ha tocado vivir la reflexión de Heráclito cobra un sentido aún más evidente, porque la velocidad a la que ocurren los acontecimientos y a la que las organizaciones se deben adaptar a ellos es la mayor de la historia de la humanidad. Y justo este entorno tan mutante por el incesable cambio, los altos directivos no necesitan aprender, justo cuando los métodos están en permanente reinvención, los líderes de las organizaciones no necesitan actualizarse. Cuando menos, curioso.

 ¿Sabíais que los directivos norteamericanos pactan por contrato el número de jornadas de formación que van a tener al año? (Debe ser que son peores ejecutivos que los de nuestras compañías…). Ellos exigen antes de fichar unos mínimos de formación y actualización de conocimientos anuales en intensidad y calidad, mientras que los altos directivos españoles se escaquean con cualquier excusa para no aprovechar las que se diseñan para ellos (La mayoría conferencias de gurús porque por supuesto no pueden robar más de dos horas de sus apretadas agendas para un tema tan nimio).

 Todo es más importante que tener los conocimientos necesarios para comprender una situación económica sin precedentes o para aprovechar la revolución increíble provocada por las redes sociales. Todo es más urgente que perfeccionar, o desarrollar básicamente en muchos casos, sus habilidades para liderar, comunicar o negociar… ¡Quién las necesita siendo Director General! (O Directora porque parece que este mal de altura afecta a ambos sexos por igual).

Antonio Agustín habitual columnista de este magnífico y singular periódico (y no es peloteo), acaba de publicar un libro con un título muy llamativo “¿Hay que ser un cabrón para llegar a ser Director General?” que sin duda no os podéis perder. ¿Cabrones? Puede ser una decisión personal, que no comparto en absoluto, pero que muchos llevan a gala porque ser duro siendo jefe parece que da pedigrí (además de ser mucho más fácil pegar con un látigo que liderar un equipo). Pero ¿ser tontos? ¿También esta etiqueta se lleva con orgullo? Y es que no se me ocurre otra forma de calificar a un profesional que siente que lo sabe todo, que no necesita aprender nada y que ya ha estudiado suficiente.

 ¿Qué ejemplo dan a sus equipos? ¿Seguimos con la ley de “haz lo que yo digo pero no lo que yo hago”? Así vamos.

 Me enamoran las personas que mantienen la curiosidad de un niño, que son lo suficientemente grandes como para ser humildes, que se ganan la autoridad con sus actos no con su tarjeta. Me encantaría que tuviéramos muchos líderes así en nuestras organizaciones, de los que merece la pena seguir, de los que enseñan sin dictar sentencia, de los que uno se siente orgulloso de pertenecer a su equipo.

 Pero la realidad es otra, por eso en cuanto tengas ocasión deja de seguir a un tonto, porque como diría la madre de Forrest Gump un tonto sólo hace tonterías.

 

Eugenio de Andrés Rivero

Socio Director de tatum y miembro del TopTen HRS


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